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DONCELES
Y SOLDADOS
reíamos
que Europa lo había dicho todo en materia de ángeles. La
Edad Media, seguida del Quattrocento italiano, habían tomado resueltamente
partido en la famosa querella en torno a su sexo. ¿Suponer un sexo
a los ángeles? ¡Por favor! Criaturas aladas, etéreas,
pertenecientes al aire no a la tierra, así es como la piedad medieval
y la fe del Renacimiento los representaron, con constancia edificante.
Angeles asexuados de las catedrales, ángel todo sonrisa de Rehns,
ángeles menudos y sin carne de Memling al norte, ángeles
suaves e inmateriales de Fra Angelico al sur: parecía que el asunto
estaba claro y que Guido di Pietro, dedicado a la pintura de Los ángeles,
al punto de tomar de esta especialidad su pseudónimo, había
cerrado de una buena vez la polémica. |
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Pero
luego vine, como una tormenta en ese cielo místicamente diáfano,
la revolución angélica de los barrocos, que empezó
- la fecha parece inventada - exactamente en 1600, con el cuadro de Caravaggio
(destruido durante la guerra, sin duda par venganza de los pacatos y los
nostálgicos de la transparencia) San Mateo y el ángel. Se
veía un ángel de una sensualidad tan turbia, abrazado al
viejo apóstol de manera tan provocativa, que el capitulo de San
Luis de Los Franceses, en Roma, que había encargado esta pintura,
la rechazó de plano, primer ejemplo de censura artística.
Caravaggio, rompiendo con la tradición de los ángeles asexuados,
había “sobresexuado” el suyo. Lejos de no tener ningún sexo,
éste ostentaba los dos sexos. Chico y chica al mismo tiempo, insolentemente
erotizado, abría una nueva época. Los siglos XVII y XVIII
europeos se llenaron de ángeles que, en vez de entender su misión
como una casta milicia del cielo, aprovecharon sus privilegios para vivir
a fondo una ambigüedad prohibida a los humanos. Comenzaron por desnudarse,
el ángel de Bernini en el filacterio INRI (Rome, iglesia Sant'Andrea
delle Fratte) mostró una pierna descubierta hasta la ingle, hecha
para que San Antonio se condenase, y por todas partes, de Nápoles
a Munich, de Viena a Praga, surgieron legiones de andróginos cuyo
único objetivo era, al parecer, exaltar el placer de una morfología
equívoca.
Una
tercera vía parecía imposible. Europa, maestro de la iconografía
cristiana, no daba a elegir sino entre el alma y el cuerpo. He aquí
que, por primera vez, salvo error, llegan a Francia volando con sus propias
alas, del otro lado del océano, ángeles absolutamente diferentes
de todo lo que conocíamos. La música que nos hacen escuchar
es inaudita. Tan nueva, tan sorprendente, tan ajena a las convenciones
del género, que nuestras historias del arte, nuestras enciclopedias,
han ignorado hasta ahora la contribución andina al angelismo universal.
El nombre de Melchor Pérez de Holguín, que sería la
personalidad artística más fuerte del altiplano, no figura
en ningún repertorio de aquéllos que calificamos como nuestros
sabios. Ya era tiempo de reparar esta injusticia y de darse cuenta que,
a miles de kilómetros del viejo continente, durante los dos o tres
siglos que corresponden a la crisis barroca en Europa, una cultura angélica
de una originalidad absoluta se había desplegado a partir de las
montañas y las minas de plata de Potosí
Al
ser un resultado de la fusión entre influencias españolas
y sensibilidades indígenas, se ha definido este arte como colonial,
pero más por costumbre, me parece, que por apego a la verdad, pues
colonial supone superioridad de la potencia conquistadora. Un arte colonial
es un arte impuesto, mientras que esos ángeles de las cumbres, lejos
de evocar los modelos europeos, dejan ver su origen local. Designemos más
bien este arte andino como arte mestizo, cultura de encuentros y de cruces.
A quién atribuir el mérito de haber hecho renacer la discusión
sobre el sexo de los ángeles? Una increíble proeza. Por una
parte, se los arma con un arcabuz y, por otra, se los viste de encaje,
lo que prueba una audacia sorprendente. El ángel de Caravaggio era
chica y chico. El ángel andino está dividido entre la coqueta
y el soldado.
El
único ejemplo europeo de amalgama entre la gracia del efebo y la
fuerza del militar se encuentra en las figuraciones del arcángel
San Miguel. El de Guido Reni (hacia 1610), en la iglesia de los Capuchinos
de Roma, lleva coraza y espada. Un atuendo bastante tímido comparado
con la extravagante indumentaria de los soldados de Potosí.
El
fusil y el gran sombrero de plumas, tomados de los pertrechos de los señores
colonos, indican que pertenecen a la Iglesia militante y abren fuego para
repandir la fe católica. Tanto más sorprendente es, pues,
ver a estos mosqueteros disfrazados de donceles o, por que no decirlo,
de doncellas: más que andróginos, verdaderos travestis. Zapatos
con hebilla, medias de seda, nudos de cintas en la rodilla, levita bordada,
orgía de puños y de cabujones: el perfecto disfraz del lechuguino.
Lujo
aristocrático, arrogancia guerrera, propaganda religiosa, afeminamiento,
dandismo; no ha habido otro alarde de contrastes que haya proclamado con
tanto brillo la esencia misma del angelismo, esa "coincidentia oppositorum",
signo de la divinidad triunfante, que, ignorando la diferencia de sexos,
no tiene nada que ver con el reparto de papeles entre el hombre y la mujer.
AUTOR
DOMINIQUE
FERNANDEZ |